miércoles, 19 de octubre de 2016

Jack Kerouac para mujeres

De todas las formas posibles en las que puedo iniciar esta entrada, me he decidido por la verdad sin censura: hay dentro de mí una pequeña ladrona. Hace tiempo, cuando apenas pasaba del metro de altura, era tal vez una de las ladronas más prolíficas en edad preescolar de las que se tenga registro. Bueno, tal vez no fui una criminal seria con motivos, pero creo que eso lo hace aún peor: lo hacía sólo porque podía

Hay decenas de historias que podría contar sobre mis días fuera de la ley, pero la razón por la que estamos aquí reunidos es otra y una sola: he secuestrado un libro. Lo privé de la libertad. Me he adueñado de su existencia. Y para no perder la costumbre, como pasaba en los viejos días de gloria, fue sin motivo ni necesidad. En mi débil e irrelevante defensa sólo puedo decir que no estaba sobria en el momento del siniestro.



Está bien, está bien, me lo llevé en la fiesta de una chica que no conozco, en una casa en una ciudad que no es la mía (¿cuantas historias en estas mismas circunstancias no terminaron en tragedia?). Al principio bromeaba con tomarlo y lo metí a mi mochila, para encontrarlo ahí la mañana siguiente, cual comedia de los 90s donde un par de ladrones secuestran a un bebé por accidente (no sé si sea un recurso fílmico establecido pero yo así recuerdo al menos 3 películas). Y tal como en esas historias que el bebé resulta ser hijo de un alguien, mi víctima no era cualquier libro sino el puto On the Road del puto de Kerouac, Jesús bendito. 

A saber:


  • He querido leer ese libro por años, pero nunca encontraba la versión en inglés con una portada decente. And I’m all about the looks.

  • En mi posición de cronista nerd, siempre he querido saber qué hay de todo ese fuzz con la llamada biblia de la Beat Generation: la idea de un grupo de tronados revolucionando la literatura occidental me entretiene sobremanera.
  • No sé qué tanto importe, pero Kerouac está en mi top 3 de apellidos que suenan a arcadas, junto con Degas y Skarsgard.

No está en su idioma original (bummer number one), y la portada es la más horrible que he visto (bummer number two), pero en el momento en que lo tuve en mis manos supe qué quería hacer con él (además de por supuesto, regresarlo con una nota de anti-secuestro a su dueña, lo que tal vez haga recién lo termine). Estos últimos años, la perspectiva de género ha tomado mucha fuerza en la forma que veo el mundo. O tal vez esa forma de ponerlo no le haga justicia a lo que en realidad me pasa… la verdad es que la conciencia de género me entra como transformación de Power Rangers armando un mecha gigante cada que veo una inconsistencia de posturas, o cualquier cosa verdad de Dios,  y en esta ocasión le toca al señor Kerouac ser víctima de mi escrutinio (seré considerada, lo prometo).

La crítica a On the Road de Kerouac en el ambiente femenino siempre se orilla a la objetivación de las mujeres, de cómo aparecen listadas junto a otros ítems como objetos de placer (noté que usualmente calificaba las ciudades a las que llegarían por la calidad y maleabilidad de sus mujeres) pero en mi muy humilde opinión, uno no le pide peras al olmo, uno no le pide manzanas al naranjo… uno no le pide consciencia de género al veinteañero errante en la década de los 40s.




No no no, hay que ser más justos con el contexto y la socialización de cada quién. Kerouac es uno de esos nombres que te suenan por primera vez a los 14 años, y que dependiendo el camino que tomes en la vida, tal vez no vuelvas a escuchar. Yo lo volví a escuchar a los 18, cuando en una columna para The Atlantic, la escritora Kelsey McKinney logró marcarme con la veracidad de esta frase: ‘’No hay Jack Kerouacs ni Holden Caulfield para mujeres. Las mujeres en la literatura no toman road trips para encontrarse a sí mismas, sólo los caminos necesarios para encontrar un hombre’’. Y entonces, si hago memoria, creo que sí puedo encontrar una parte de On the Road que me hizo mirar la página sin enfocar la vista por casi cinco minutos; Sal Paradise, el protagonista vagabundo-hip, al llegar a Wyoming y conseguirse a una chica para mejorar la noche, se termina encontrando atrapado con ella en un punto donde sólo caminan en medio de la nada (en medio de la noche).  

—¿Qué hacemos ahora?
Ella me respondió que quería volver a casa, en Colorado, justo al otro lado de la frontera sur de Cheyenne
—Te llevaré en autobús —le dije.
—No, el autobús para en la autopista y tendría que caminar sola por esa maldita pradera. Me paso todas las tardes mirándola y no tengo ánimos para atravesarla de noche.
—¿Miedo? ¿De qué rayos hablas? seguro es un paseo agradable entre flores silvestres (On The Road, pg. 52)

(Para contextualizar un poco, el personaje masculino había pasado noches bajo un árbol, estaciones de autobús y vías del tren un par de páginas antes). ’’Pero qué chica más idiota’’ recordaba Sal Paradise sobre esa mujer en Wyoming que no pensaba volver a ver nunca.

Y bueno, citando a las mejores piernas de Australia, Nicole Kidman: ‘’IF. YOU. MEN. ONLY. KNEW.’’

Si nunca has sentido esa incertidumbre de la que habla la mujer en Wyoming, lo más que puedo hacer para que entiendas un poco lo que es ser ella, sería, por ejemplo, imaginar que cierras tu casa antes de salir, y te das cuenta muy tarde que las llaves se quedaron adentro. Ahora estás en ese limbo de no poder entrar a casa y saber que probablemente tengas que dormir con alguien más esa noche. ¿Qué me asegura que alguien de la fiesta está dispuesto a aceptarme dentro de su casa hoy? ¿Qué tal si alguien se aprovecha de mi situación mientras no estoy y se lleva todo? ¿…y si al llamar a la policía para reportar el robo me terminan diciendo que fue mi culpa por irme sin llamar al cerrajero antes? Pero… todo mundo pierde las llaves ¿no? digo, robar ES ROBAR ¿NO?

Tal vez la analogía no se entienda a la primera, y está bien. Como aclaré en un principio, esta es una entrada honesta, así que aquí va otra verdad: a mí me tomó mucho tiempo empatizar con la mujer en Wyoming, y creo que aún el día de hoy me es difícil verme en ella. Yo sin dudarlo hubiera visto flores silvestres antes que un camino oscuro, aunque siendo muy justos, usarme a mí como referente de todo el género femenino es un error imperdonable. Ya que, como aprendería a lo largo de estos últimos años: que no me pase a mí no significa que no pase.

La primera mitad del siglo XX es para mí una época en blanco y negro caracterizada por mujeres viendo por la ventana. Edward Hopper, pintor norteamericano, es famoso por sus juegos arquitectónicos, el uso de luz-sombra y el cautiverio solitario de sus mujeres. En su pintura más famosa, Nighthawks (1942) un grupo de noctámbulos está en un dinner en lo que parece ser la casi madrugada, y entre ellos, una mujer que acompaña a un hombre. En la película Hard Candy de 2005, una joven Ellen Page dice respecto a la pintura «No es justo, todo lo interesante pasa en medio de la noche, cuando estoy totalmente fuera del panorama». Mientras ocurre esta conversación —con un hombre mayor de edad que está dispuesto a todo— alcanzamos a ver el cartel de un chica desaparecida; Hard Candy es un film de denuncia además de casi cuento de hadas, donde el depredador se convierte en la víctima y una niña regresa a casa a salvo.



¿Y qué pasa cuando una quiere ser parte del panorama en medio de la noche o incluso al atardecer? ¿Qué cuando una lo quiere hacer en una ciudad que no es la suya? ¿Y si quiero dormir bajo un árbol como Sal Paradise? ¿Y si quiero andar por la nocturna Nueva York a mis cortos 15 como Holden Caulfield? Qué distinta sería la vida. 

Patricia Highsmith es un ser muy especial para mí, una de las pocas mujeres de la Beat Generation. Lesbiana y amante del misterio, tiene la bellísima cualidad de la perspectiva propia que no te da ninguna cátedra en La Sorbona. Cuando escribía de mujeres lo hacía con pseudónimo, pero cuando escribía sus fenomenales novelas de crimen, lo hacía con una gran globalidad que no dejaba fuera a nadie. En su primera entrega de la saga Ripley se alcanza a leer: 

‘’¿Escuchaste eso? dice que somos los mejores americanos que ha conocido’’ 
‘’¿Sabes qué hubiera hecho cualquier otro americano, no? Violarla’’ dijo Tom.
Aún bajo los efectos del vino, pasada la una de la mañana, ni Dickie ni Tom tenían la más mínima idea de dónde estaban. Caminaron buscando un sitio turístico o una calle conocida en vano. Se detuvieron a orinar sobre un muro y siguieron. ‘’Si esperamos la alborada podremos ver dónde estamos’’ dijo Dickie con ánimos, ‘’sólo faltan un par de horas’’.
‘’No es lindo ver a una chica guapa volver a casa?’’ dijo Dickie.
‘’Si Marge hubiera venido con nosotros no hubiéramos podido ver a esa chica. Carajo, si Marge hubiera venido con nosotros, ya estaríamos en un hotel, y no aquí en medio de la piazza viendo media Roma’’
‘’Tienes razón’’ dijo Dickie mientras le subía el brazo al hombro. (The Talented Mr. Ripley, pg. 66-67)

De mis películas favoritas, rescato cuatro que son tan únicas de argumento, pero en esta cuestión semántica tan dolorosamente similares: hombres deambulando por una ciudad en total libertad y certidumbre de que llegarán con bien a su casa. Estas historias de fisgonearía, como Eyes Wide Shut (1999), Blow-Up (1966), Il Conformista (1970) y Taxi Driver (1976) me gustan en sentido a que me permiten ver un mundo que no conozco y que me es tremendamente nuevo. Agnes Varda, la única integrante femenina de la nueva ola francesa, tiene por su lado a Cleo de 5 à 7 (1962), mujer que hasta en el título tiene el horario medido.


Me quedo con la que tal vez es mi cita favorita de Sylvia Plath, escritora, poeta, norteamericana, aventurera; mujer lamentablemente limitada por su contexto: 

“Sí, me consume el deseo de poder mezclarme con los trabajadores del ferrocarril, con marineros y soldados —ser parte de a escena, anónima, escuchando y aprendiendo—todo esto se ve arruinado por el simple hecho de que soy una chica, una hembra en el constante peligro del acecho, la violación o el asesinato. Ese interés que me consume, interés en los hombres y sus vidas muchas veces se malentiende como un deseo de seducirlos, o como una invitación a la intimidad. Maldita sea, me encantaría poder hablar con todos de la forma más profunda. Quiero tener el poder de dormir al aire libre, de viajar al Oeste, de caminar libre en la noche...” (Sylvia Plath, 1959


Dejo en negritas el año para que se aprecie lo mucho que aún nos falta.
Ni una menos.


1 comentario:

  1. ¡Sí! para la realización de esta entrada quería consultar también esta película pero la olvidé... Gracias, Mariangel <3

    ResponderEliminar