domingo, 8 de octubre de 2017

Working 9 (pm) to 5 (am)

Mi primer trabajo remunerado fue entre los 6 y los 7 años, me había contratado mi abuela materna.

–Te doy un peso por cada cana que me quites

¡Un peso Mexicano en pleno sexenio de Fox! Me paré a sus espaldas en un banquito mientras ella hacía flores de papel y le escaneé la cabeza completa; mi abuela no es de muchas canas, ni de nada que tenga que ver con ser viejo. Nunca necesitó lentes, dentadura, bastón ni tintes; mi papá dice que es por su sangre yoreme, que va a rebasar los 100 años. Yo tras media hora sólo le encontré 15, pero fueron suficientes para comprarme un Brick Game 9999 in 1 en la papelería. 

No volví al mundo laboral sino hasta 10 años después, cuando un amigo de mi papá necesitaba traducir un documento para un car rental. $500 M.N. del sexenio de Calderón por traducir el contenido de una hoja A1, que de seguro me gasté en una bobería. 

Por mucho tiempo el trabajo me resultó algo ajeno y muy lejano. En la primaria, había una suerte de día de las labores de los padres y todos parecían tenerla muy clara, el papá de Laura es doctor, el de Francisco contador, el de Manuel es profesor universitario, el de José Carlos pediatra… pero yo nunca supe qué hacía el mío exactamente. Lo que fuera, lo hacía bien, porque todas las cosas que tuve eran la mejor versión de sí mismas y todo siempre olía a nuevo, como cuando juegas al Sims con el Klapaucius activado y te vas directo por los muebles al final de la lista, los que llenan la barrita de vida más rápido.

Sé que era un trabajo de oficina, sé que la empresa es irlandesa pero en 2005 hizo merge con otra en Holanda; sé que el jefe era francés. Sé que mi papá comenzó a los 19 aplanando cajas, que subió a distribución, que terminó siendo el gerente; sé que fue su primer trabajo. Sé que viajaba a Hermosillo cada fin de mes, a la Ciudad de México cada 60 días y a EEUU cada que fuera necesario; sé que pasé un gran porcentaje de mi vida con el teléfono en la oreja escuchando una horrible versión en piano de La Pulga Española mientras la secretaria me lo ponía en la línea. 



Sé que toda compra mayor a $3,000 por alguna razón la teníamos que facturar a nombre de la empresa, que cada 2 años habría camioneta nueva, que él trabajaba de lunes a viernes de 9 a 5. Sé que fue el único trabajo que tuvo por casi 33 años, y que hoy cumple un año de haber sido despedido. Al parecer, nunca supe de los desvíos, de las falsificaciones y que no practicaba lo que siempre nos predicó. A veces me quiero imaginar la escena de su último día y me pregunto si le dieron una caja de cartón como en las películas, habría que ser muy hijo de puta para no darle una caja de cartón a alguien que les dedicó la vida.

Ese día sentí que me pasaban la antorcha olímpica y yo todavía no me terminaba de atar las agujetas. En mi haber sólo tenía una carrera poco práctica, el talento de un mono rábico y el espíritu menos emprendedor del noroeste. Sin embargo, tras 3 entrevistas conseguí un trabajito de mostrador en el aeropuerto; no era glamouroso pero era cerca de casa (¡cerca de casa!) y me imaginé que cada cuanto tendría algún cliente interesante o por lo menos extranjero. 

No sé cómo sea en otros lados, pero trabajar en el piso de un aeropuerto es lo más parecido a ser un extra en el Show de Truman: tienes que correr, pasar la inspección (sí, todos la pasamos) acomodar la escenografía y alzar el telón antes de que llegue el primer cliente. Nunca está completamente cerrado porque siempre hay alguien esperando un vuelo, se trata más bien de una pequeñísima ciudad extremadamente constante. 

En la mañana vuela el profesionista, a mediodía se va la familia a Guadalajara o La Paz, en la tarde los vuelos son de negocios a Monterrey, Chihuahua o CDMX y en la noche, mis favoritos: la familia mexico-americana vuela a Tijuana para su conexión con California, Arizona o Texas. Los niños que se llaman Luis y no hablan nadita de español, la adolescente que spanglishea ‘cause she’s not sure cómo se dicen algunas palabras, el señor que paga en dólares pero nunca perdió el acento.

En mi tercer mes, ya que por fin había dominado el cobro de American Express y la expedición de facturas, me dijeron que muy bonito todo pero que no pasé la etapa de prueba. En parte, esta es una práctica común para no generar antigüedad, por otro lado, creo que no fue buena idea aprovechar el break de la auditoría para sacar mi computadora y enviar mi informe de tesis; a mí no me pregunten, sólo soy una chica. A las semanas, me llegó una notificación de la bolsa de trabajo, un error en el algoritmo me envió una vacante en el empleo del que recién salí, pero ahora entre los requisitos ponían “no estudiantes”. My bad. 



Entonces, como buena millennial me hice freelancer. Traduzco y escribo, lo que significa que mi trabajo de día a día culmina en unos cuantos KB flotando por la red. Una vez en filosofía hablamos del trabajo y la crisis que le ocasiona al humano modherno promedio del siglo XXI el no generar bienes tangibles con su labor. Con excepción de ingenieros, diseñadores industriales y los oficios manuales de siempre, los modhernitos nos ganamos la vida con palabras, ideas, bocetos o archivos en pdf. 

Yo, sin embargo, desde que me dedico a esto dejé de dar por sentado las cosas más nimias. Ahora me paso una vergonzosa cantidad del día pensando en que a alguien le tomó una semana subtitular la película que vi en el cine, pienso en la posible vida de la persona que escribió los 5 artículos clickbait que me salen en los espacios publicitarios de las tiendas online. Pienso en que alguien diseñó uno de los miles de carteles publicitarios que me cruzo al día, y cuando ese alguien pasa por la calle y lo ve de seguro se dice a sí mismo “yo hice esto”.

Renuncié a mi tesis (Análisis del Factor Criminal-Agresivo en Internos Esquizofrénicos del Módulo de Salud Mental del Centro Penitenciario). Nunca pensé que traducir le comiera tanto el tiempo a uno. A veces me digo a mí misma que tal vez la tesis no sea tan esencial, que puedo esperar para retomarla en otro grado. Luego me doy cuenta que sueno como los cretinos que te dicen “¡Steve Jobs no acabó la escuela!”. 

Pero si de algo sirve saber, estos han sido mis logros desde entonces: un capítulo de Weediquette grabado en Colombia subtitulado al inglés, la traducción de un blog personal completo, artículos sobre el historial de pareja de al menos 20 celebridades para una revista japonesa en línea, mil y un artículos educativos para un tipo en España, mil y un artículos sobre inmigración y negocios para un tipo en Miami, mil y un artículos de recursos humanos y finanzas para una tipa en California… y los subtítulos a español de 5 capítulos de un drama coreano. 

No sé si entre los consumidores finales de todos estos productos (¿servicios?) haya al menos un subnormal que como yo, se ponga a pensar en quién escribió el perfil sobre Dolly Parton que le botó en un pop-up. Si sí, ojalá pudiera decirle que hace un año sentía que se me caía el mundo (cálmate, Lucrecia) pero hoy gano dólares por escribir sin salir de casa (DA CLICK AQUÍ Y DESCUBRE CÓMO), que empecé a estudiar francés y en un mes continúo el portugués, que me inscribí a una clase de lenguaje de señas; que me tomó una vida, pero por fin descubrí que le quiero dedicar el resto de mis días a este desbarate que es la lengua. Que todo lo que quiero ahora me cuesta el triple de esfuerzo but I’ll get there, working nineee to fiveee …what a way to make a living!



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